25.4.14

El Refugio del Burrito

¿A dónde van las palabras? A veces me lo pregunto... ¿Se preguntará el burrito adónde va su rebuzno? ¿Se queda anclado en el valle, como un barquito sin rumbo? ¿Vuela surcando paisajes para dar la vuelta al mundo? ¡Quién sabe, buen borriquito, hasta dónde tus rebuznos llegan cuando les das vida y se marchan como humo de chimenea encendida! Adónde irá tanto verbo y tanto adjetivo junto, tanto sonido engendrado en los adentros de un burro que llama, que vive y siente, aunque se crean algunos que no es más que un mal ruido su fabuloso rebuzno... ¿A dónde irán las palabras que cada día produzco, para dar más dignidad a estos hermosos peludos? ¿Tendrá, me pregunto a veces, mi palabra efecto alguno? Aunque no lo tenga, amigo, seguiré, como acostumbro, cantando sin presunciones a mis amigos los burros... FELIZ FIN DE SEMANA - Rafael Benjumea, El Refugio del Burrito.

el dinero que se recauda con la venta del libro se destina integramente al refugio


Fruto de su contacto matutino con la naturaleza y con los burritos y mulos que viven en el refugio, surgen las pinceladas, impresiones, pensamientos, reflexiones o rebuznos, que son pura prosa lírica, y que el autor recoge a modo de bitácora en el Facebook del Refugio del Burrito. En noviembre del año 2012, Rafael Benjumea presentó su libro "Rebuznos mañaneros" de la mano del ilustrador de la obra, Pachi Idígoras, que también ilustró una edición de "Platero y yo", y de la editora, Inmaculada Benítez, y que conocieron a Rafael Benjumea en el Refugio del Burrito, su lugar de trabajo como responsable.

P.S. cuando en Roma se inició la costumbre de castigar a los niños en la escuela poniéndoles unas orejas de burro, no era porque fueran tontos, como se malinterpretaría posteriormente, dando lugar al tópico de que este sensible, inteligente y hermoso animal que es el burro es un ser duro, terco y zafio, que sólo entiende y aprende a palos. Nada más lejos de la realidad. De hecho, el burro puntúa más alto que el caballo en el test de inteligencia. Y cuando los romanos ponían a los niños las orejas de burro, no era para mofarse, sino para transmitir su inteligencia.

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